¿PEDRO EL PRIMER PAPA?

Pedro y la Roca.

Tomado de Vicente Galán. –Editorial Clie Ref.22.30.85-y
La Iglesia Católica romana sostiene que el apóstol Pedro fue el primer papa, porque Jesucristo le dio el derecho al primado y delegación papal en virtud de las palabras que le dijo cuando a la pregunta del Señor: «¿Y vosotros quién decís que yo soy? Pedro dijo: «Tú eres el Cristo, el hijo del Dios viviente», y Jesús le respondió: «Bienaventurado eres, Simón, porque esto no te lo ha enseñado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos, por esto te digo: «Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia, y todo lo que desatares en la Tierra será desatado en los cielos.»

¿Se puede aceptar esta interpretación de la curia romana como válida?
Para obtener una respuesta correcta es necesario ver todo lo que dice la Biblia al respecto, o sea, debe ser apoyada por todos los escritos de los profetas y apóstoles. Generalmente, los conceptos que se forman en nuestra mente son producidos por lo que vemos con nuestros ojos físicos,- y mucha gente, inducida por lo que ha visto y se les ha enseñado desde niños acerca de la Iglesia, está creyendo que la Iglesia a que se refería Jesucristo es la gran organización humana que tiene su sede en Roma, y de la cual es jefe y autoridad absoluta este buen hombre que se llama Venedicto, que va viajando de un país a otro, llamándose representante de Jesucristo sobre la Tierra, y que aspira a ejercer su autoridad sobre todos los que llevan el nombre de cristianos; pero hay que mirar si la Sagrada Escritura apoya semejante preténsión, de otro modo la experiencia humana religiosa puede ser buena, muy importante e incluso sincera, pero no ser correcta ni válida a los ojos de Dios. Veamos, pues, lo que quería significar el Señor Jesucristo cuando hablaba de su Iglesia.

Jesucristo profetizó que su Iglesia sería compuesta por numerosos grupos de personas que, creyendo en El, se juntarían para adorarle, y afirmó: «Donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estaré yo en medio de ellos» (Mateo 18:20). Es por esto que la Iglesia está formada por todos aque- llos que hayan nacido de nuevo por el poder de Dios. Jesucristo dijo: «El que no naciere de nuevo no puede ver el reino de Dios» (Jn. , 3:3). Por nuevo nacimiento entendemos un profundo y sincero arrepentimiento hacia Dios y la aceptación de la obra de Jesucristo hecha en la Cruz del Calvario como suficiente para salvarle a uno, en base a la confianza y fe puesta en ese sacrificio.

La Iglesia de Jesucristo no es una institución ni tiene nombre especial alguno, y mucho menos es una organización internacional o nacional. Ser miembro de la Iglesia verdadera de Jesucristo significa participar de la naturaleza del Hijo de Dios. Jesucristo dice: «Los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de varón, sino de Dios» (J n. 1:13). Y Pablo afirma que todo aquel que no tiene el Espíritu de Cristo morando en él, no es de Dios» (Romanos 8:9).

La Iglesia pertenece al Señor Jesucristo y a nadie más, les dice la Escritura: «... la cual (la Iglesia) El ganó por su propia sangre» (Hechos 20:29).

En la verdadera Iglesia no se encuentra una jerarquía, aunque sí tiene una autoridad espiritual reconocida por todos sus miembros: Jesucristo.

La Iglesia cristiana, según nos revela la Palabra de Dios, además de reconocer que es universal, o sea, que la componen todos los que han tenido la experiencia de la conversión, como mencionamos antes, en cualquier lugar y época, también tiene una proyección local y autónoma.

El apóstol Pablo manda saludos a la Iglesia que está en Roma (Italia), en Corinto (Grecia), en Antioquía (Asia), en casas particulares donde un grupo de cristianos se reunían para la adoración a Dios y el compañerismo cristiano. Eso es la Iglesia local, y es en ella donde se debe de enseñar todas las verdades de la revelación de Dios, sin prejuicios de ninguna clase, y donde se deben aplicar las reglas debidamente establecidas por Dios en relación al concepto de comunión e integridad eclesial.

Las iglesias deben tener relación entre sí, respetarse, pero no es aconsejable confederarse en una denominación, o que un grupo de hombres legislen las normas para todas ellas por igual. Más aún cuando las iglesias son de otras latitudes y culturas, pues de no practicar ese contacto y comunión fraternal de forma continuada se pierde el frescor espiritual y mucho gozo y aliento en la fe. Pero en cuanto la Iglesia se burocratiza y organiza como una sociedad humana, generalmente se pierden o desprestigian las doctrinas preciosas reveladas por Dios, a causa de los mandatos o dogmas inventados por sus dirigentes.

Bueno, dirá alguno, eso está muy bien, pero Jesús dijo al apóstol Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi Iglesia.»

De acuerdo, veamos, pues, el tema de la roca.
Mirando las Escrituras del Antiguo Testamento podemos darnos cuenta de que la palabra «roca» es siempre dada o aplicada como un título divino y mesiánico. Por eso no puede darse ni aplicarse a ningún hombre, sino sólo a Dios.

En el libro de Deuteronomio, quinto de Moisés, declarando el pecado de Israel que se había vuelto a la idolatría, dice: «De la roca que te creó te olvidaste; te has olvidado de Dios, tu creador» (32:18). La roca es el Creador, es Dios, y ésa era la comprensión de los creyentes de aquellas épocas y de siempre.

El libro de Deuteronomio sigue hablando de los otros dioses, diciendo: «La roca de ellos no es como nuestra roca» (31). Lo que significa: «El dios de ellos no es como nuestro Dios.»

¿Cómo se va a poder aplicar semejante título a un hombre pecador? Ni tan siquiera a uno que fue redimido por la sangre de Cristo, como es el caso del apóstol Pedro. Veamos un par de textos más para salir de dudas de que «roca» no es ningún hombre ni se puede aplicar a hombre alguno sino sólo a Dios.

«Porque el nombre de Jehová (o Yavé, en otras versiones) proclamaré. Engrandeced a nuestro Dios. El es la roca cuya obra es perfecta, porque todos sus caminos son rectitud. Dios de verdad y sin ninguna iniquidad en El; es justo y recto» (Deuteronomio 32:3-4).

Se hace resaltar que sólo se debe engrandecer a Dios. ¿Por qué? Porque «Él es la roca cuya obra es perfecta».

En los Salmos 19, 28 Y 89 podemos ver con toda claridad que la roca es el Salvador; estos textos son mesiánicos, haciendo una clara alusión a la persona y obra del Señor Jesucristo; así leemos: «Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, oh Jehová, roca mía y Redentor mío» (Salmos 19:14).

«A ti clamaré, oh Jehová, roca mía, no te desentiendas de mí» (Salmos 28: 1). «Él me clamará; mi padre eres tú, mi Dios y la roca de mi salvación» (Sal. 89:26).

Estos versículos apuntan, con toda claridad, a la obra redentora que Jesucristo realizaría en la cruz del Calvario; para mayor claridad y fortalecimiento de lo que se dice aquí vamos a ver partes del Nuevo Testamento acerca de esta palabra.

El apóstol Pablo, hablando de las experiencias del pueblo israelita en el trato con Dios, exclama: «y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo» (1a Corintios 10:4). ¡La roca del Antiguo Testamento era Cristo! ¡Qué declaración más sorprendente y grata! El Yavé o Jehová del Antiguo Testamento es el Cristo de nuestra salvación. El es el Salvador. Es Dios manifestado en carne.

Si el versículo que estamos meditando fuera con toda seguridad, como lo interpreta la Iglesia de Roma, el apóstol Pedro lo hubiera entendido perfectamente, pero veamos qué nos dice en su Epístola 2:4 y 8: «Acercándonos a El, piedra viva, desechada ciertamente por los hombres, más para Dios escogida y preciosa» (v. 4). «... y piedra de tropiezo y roca que hace caer, porque tropiezan en la palabra, siendo desobedientes, a lo cual fueron destinados» (v. 8). Estos que no aceptan que la roca es Cristo y nadie más y que edifican para sí mísmos, éstos son destinados a vergüenza y confusión cuando Dios se manifieste; es por ello que el mismo apóstol Pedro afirma, en su discusión, con los sacerdotes judíos que no hay otra roca fundamental como base de la Iglesia, sino sólo Cristo. «Y en ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre dado a los hombres bajo el cielo en que podamos ser salvos» (Hechos 4:12), y continúa declarando: «Este Jesús es la piedra reprobada por vosotros, los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo» (Hechos 4:11).

Pablo, en 1.a Corintios 3:11 dice: «Porque nadie puede poner otro fundamento que el que está puesto, el cual es Jesucristo», declarando de esta forma que dar base a la Iglesia de una manera diferente de lo que Dios ha dicho es un fraude lamentable. Ahora podemos entender lo que quiso significar Cristo cuando dijo a Pedro: «Y yo también te digo que tú eres Pedro y sobre esta roca edificaré mi Iglesia.» Es sencillo entenderlo y aceptarlo con la ayuda de las Escrituras y del Espíritu Santo.

En el idioma original (griego) se distingue muy bien, porque allí se mencionan dos cosas bien distinguidas, piedra y roca. Pedro o Simón, que era su verdadero nombre, dijo: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios Viviente.» Permítaseme parafrasear el famoso texto que estamos comentando. Jesús dijo: «Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esta verdad no te la ha revelado ningún hombre, sino mi Padre, que está en los cielos, por eso tú serás llamado Pedro (piedra) -en griego Petros- y sobre la confesión que acabas de hacer de que yo soy la roca edificaré mi Iglesia» (Mateo 16:16-18).

Así que lo que dijo Jesús a Pedro es que en base a la fe puesta en el hecho grandioso de que Jesús era el Mesías y Salvador del mundo. Pedro también gozaría de la naturaleza de Dios como hijo de El. El mismo apóstol Pedro lo dice en su 2a. Epístola, capítulo 1 :4:

« Por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ella llegáseis a ser participantes de la naturaleza divina.» ¿No sería esto una verdadera bienaventuranza? Feliz eres, Simón, porque tú gozarás de la naturaleza de la roca y serás una piedra básica y fundamental en la Iglesia que yo levantaré.

El apóstol Juan nos comunica que esa naturaleza nos la ha dado Dios cuando creímos en Él: « ... mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios, los cuales no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne ni de voluntad de varón, sino de Dios» (Juan 1: 12-13).

Cristo revela al apóstol Pedro que todos los que creyesen en Jesús recibirían esa nueva naturaleza; ahora, cada uno de nosotros que creemos, tenemos la naturaleza de Dios en , nosotros. Ahora los creyentes verdaderos, . cada uno de ellos, son piedras (petros) al igual que lo es el apóstol Pedro, salvando la medida de su apostolado: «Vosotros, también como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual y sacerdocio santo, paa ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo» (1a. Pedro 2:5).

Esto puede parecer demasiado maravilloso, pero es algo que vivimos de verdad, por la fe en Jesucristo, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser, según dice Juan, en su primera epístola, capítulo 3: 1-2.

Algunos dirán: ¿Cómo es que el Papa de Roma no se da cuenta de todo esto si está tan claro en la Sagrada Escritura? Estas cosas no se entienden en base a los estudios o grandes capacidades de los hombres, es más bien algo del Espíritu de Dios, es algo espiritual.

De todas formas, leyendo una historia universal que sea rigurosa, se puede entender muy bien la actitud del Papa y la curia romana, en su esfuerzo por mantener la falacia de que él es el representante de Cristo en la Tierra. No podemos hacer un juicio a la historia de la Iglesia de Roma aquí, en este breve escrito, ya que tampoco es ése el propósito de este libro, pero sí podemos decir con toda seguridad que se hallan en un fatal error los que suponen pertenecer a la Iglesia de Jesucristo por estar afiliados o haber sido meramente bautizados en la Iglesia Católica romana. Esta Iglesia o sociedad se ha hecho tan poderosa y tiene tantos intereses creados, que a estas alturas es una cuestión irreversible el que pueda abandonar esa actitud y tremenda desviación de las verdades cristianas.

Hay otras iglesias que se han confederado como una institución o denominación; esto, aunque humanamente parece inteligente, sin embargo, no es lo que Cristo dijo, y se sale de las verdades reveladas en la Palabra de Dios. Ninguna denominación o institución religiosa es en sí misma la verdadera Iglesia de Jesucristo, y mucho menos lo es, a causa de sus muchas desviaciones del puro Evangelio, la Iglesia Católica Romana; Dios conoce a los que son suyos en toda la Tierra, así que no nos toca a nosotros condenar o salvar a nadie, pero la Escritura sí determina de una forma clara y absoluta lo que es una Iglesia cristiana verdadera, con todas sus formas y responsabilidades, tanto espirituales como morales, de manera que cualquier persona pueda estar segura a este respecto.

El Señor Jesús dijo: «Que nadie vería el reino de Dios si no era una piedra viva de la Iglesia, si no nacía de nuevo por la fe puesta en Él», y no por la fe en una religión. Podemos, pues, ayudarte a encontrar la paz y el descenso para tu alma y una Iglesia v.erdadera, donde se respete la Palabra de DIos y se , le adore en un espíritu de verdadera sinceridad. Lo más importante es que creas en Jesucristo y su palabra y sigas sus pisadas con fe y decisión. El dijo: «El que cree en el Hijo de Dios tiene vida eterna» (Juan 3:36). Una vida preciosa que comienza aquí ahora y prosigue por el tiempo sin fin, en la eterna presencia de Dios.

Quizá dirás: Acepto que Jesucristo, como hijo de Dios, sea la piedra y fundamento, de la Iglesia, ya que esto que se encuentra ya en el Antiguo Testamento y es ratificado por el apóstol Pedro, ¿pero no puede ser el papa un representante de Jesucristo en nuestro siglo, como lo fue Pedro en el siglo 1 y tras él haya venido siguiendo una lista de sucesores autorizados desde los días de Jesucristo?.

No, de ningún modo, pues Jesucristo no dijo nada de sucesores del apóstol Pedro. Puedes tomar tú mismo una Biblia católica y buscar en el Evangelio de Mateo 16 versículos (13-20), y te convencerás de que la promesa que hizo al apóstol Pedro fue de una forma particular y personal: «A ti daré las llaves del reino de los Cielos» -dijo-, no a ti y a otros sucesores después de ti.

Es cierto que le dijo que a él daría las llaves del reino de los Cielos, y así fue, porque Pedro abrió la puerta del reino de Dios por la fe en Jesucristo a los judíos en el día de Pentecostés, y a los gentiles en casa del centurión romano Cornelio, pero esto era un privilegio para ser ejercido una sola vez, por aquel insigne varón a quien Jesús llamó bienaventurado porque fue el primero que por inspiración del Espíritu Santo descubrió que Jesús era el Cristo, el Hijo del Dios vivo. Así lo entendió el mismo Pedro y lo han entendido después de él otros varones tan insignes como el gran obispo del siglo IV, Agustín, quien, en su célebre comentario sobre la 1a. Epístola de Juan, escribió: ¿Qué significan las palabras «edificaré la iglesia sobre esta roca? Sobre esta fe, sobre esto que me dices: «Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo, edificaré mi Iglesia sobre mí mismo, que soy el Hijo del Dios vivo, y no sobre ti.»

Entre los escritos de los grandes cristianos de los primeros siglos sólo hay 17, todos bastante alejados del primer siglo, que interpreten que la roca es Pedro.

Citas de padres de la Iglesia declarando que la roca es la fe confesada por Pedro, hallamos 44.
Citas declarando que la roca es Cristo mismo, hallamos 16, Y sumando la del mismo apóstol Pedro (que cualquier cristiano puede leer en la 1ª Epístola de este apóstol, capítulo 2, versos del 4 al 8, son 17). Todo esto se puede encontrar en cualquier buena biblioteca de Patrología. Además de los miles de hombres de Dios que estudiando la Sagrada Escritura han reconocido que ésta es la pura verdad.

Todo esto es porque ni los primeros cristianos que así lo entendieron, ni todos los que lo han estudiado después, han podido hallar ni un solo texto en la Palabra de Dios, la Santa Biblia, que indicara que la intención de Cristo fuera «a Ti y a tus sucesores», sino simple y escuetamente a ti, por esto le llamó bienaventurado a Pedro; y bienaventurados, o sea, extraordinariamente felices son todos aquellos que han creído de todo corazón que Jesucristo es el Hijo de Dios y el Salvador de sus almas, y han venido a ser como dice el mismo apóstol Pedro «piedras vivas» más o menos importantes en el reino de Dios (véase 2da. Epístola de Pedro, capítulo 2, versículo 5).



===============================================

No hay comentarios:

Publicar un comentario

GRACIAS POR TUS COMENTARIOS, DIOS TE BENDIGA